domingo, 3 de mayo de 2009

Los Olvidados, Las pesadillas de Hilda


Caminar de incógnito, como una persona normal, por la vereda, vestida de la forma más vulgar, era una tortura para ella, que llevaba las ideas más transgresoras, revolucionarias que una mujer pudiese llevar. Pero estos modos le evitaban la persecución y le permitían enriquecer sus sentidos con los colores de la ciudad, los sonidos que pasaban desde ruidos a cantos de pájaros perdidos en la urbanidad, los olores de las frutas enviadas desde el campo a las ferias que yacían sobre los carros de dos ruedas para el consumo de los hambrientos, pero también las frituras de sopaipillas, empanadas y arrollados primavera. Sin embargo, su búsqueda ahora se sumergía en encontrar a un filósofo de cuneta para que le entregara uno de los textos prohibidos.
No recordaba cuanto exactamente, tal vez treinta años habían pasado desde que fue enviada a la escuela del silencio, de los iluminados para los maestros. Alcanzar este estado requiere primero llegar al estado de silenciante, ser capaz que tus ritmos lleguen a la armónica universal y así tus sentidos se abren al universo, tus capacidades y tú comprensión se expanden. Su padre fue el que hizo las gestiones para que la aceptaran, luego de una larga huida se decidió por la desaparición absoluta y eso hizo, se desprendió de lo último que lo ligaba al mundo de los hombres.
--Padre...--se suspendió esta palabra por unos breves segundos en el aire, mientras entraba por el oído del hombre que caminaba a su lado.
-- Dime, hija mía.
-- ¿Por qué debo practicar este salto a ojos cerrados?
-- Es un ensayo de la ceguera
-- Pero yo no quiero serlo,mas bien, disfruto de lo contrario, de captar la intensidad de todo lo que me rodea.
-- Es también un ensayo del silencio. Capta, sin sonido, el sordo rumor de la luz que llega a tus ojos.
-- Lo hago, pero ¿Qué tiene que ver con que estemos al descampado, en medio de bosques y bestias desconocidas y un volcán que ahora mismo expele sus cenizas y lavas?¿Crees que no temo?
-- No debieras, por ahora, más si debieras hacerlo a futuro. Cuando se comiencen a prohibir poco a poco ciertas cosas, ciertas acciones, las cuales hacen que podamos hablar, pensar y reconstruirnos cada vez que lo deseemos, esas cosas, ahí debes temer. Tal vez se llegue al extremo de que te quieran ver desaparecida.
-- Y a ti, padre.
-- A ti te encomendaré la tarea que ha tenido toda nuestra familia, yo dejaré de estar contigo pero tú, hija, no debes aflojar la cuerda que nos sostiene.
--Y ¿qué debo hacer entonces?
--Enrollaré este cordón a tu cintura, mientras esté ahí tu misión sigue adelante. Debes conservar lo que esté prohibido.
--No se hacer eso.
--Aprenderás en el lugar al que te envío. Despídete de mi, abrazame.
Hilda abrazó a su padre, mientras las puertas del edificio se abrían y aparecía una de las maestras, le tomó la mano a la niña y le hizo entrar mientras que, por la cara del viejo, se asomaba un seño de tristeza final.
Ya llevaba cerca de dieciocho años en que comenzó a cumplir su misión. Se prohibieron las reuniones de dos o más personas, se censuraron libros enteros, mientras que a la población se le embobaba con discursos de obediencia y orden, de estupidez, como las virtudes máximas a las que puede aspirar una persona. En tanto, la bóveda que custodiaba Hilda se fue llenando poco a poco de retazos de viejos tesoros, de recuerdos terribles, de temores que ya nadie excepto ella y tal vez alguien más recordaban.
Recogió el texto que le entregaron camuflado entre un periódico del gobierno, siguió caminando apurada, pasó un par de árboles y sintió un escalofrío, apuró el paso para bajar al metro, llegó al final de las escaleras y una mano la tomó del hombro y la hizo girar.
Era el hijo de su maestra, desaparecido mientras el templo fue destruido bajo los soberbios cañonazos del ejército, cuyo gobierno había diseñado un programa de sometimiento y represión, no podían alzarse voces en contra. Al verlo, no sabía si temblar de pánico o alegría, pero sintió algo que no andaba bien.
-- Hilda, lo siento, es mi trabajo, estas en la lista. Un gusto haberte visto antes de asesinarte--. Lo decía mientras clavaba rápidamente su estaca en el estómago de Hilda.
Luz, sonido, ceguera, silencio. Pocas veces creyó que esas enseñanzas serían utilizadas para salvarle el pellejo. Menos que su mayor peligro provenía de aquel amigo por el que derramó noches enteras de lágrimas. Pudo sincronizarse con el universo y trasladarse para volver a materializarse en otro lugar, un lugar que había preparado especialmente para cuando llegase esta ocasión, con sus objetos más importantes, el cordón que su padre le amarró en torno a su cintura, imágenes de su maestra, la carta que su padre le dio pero le prohibió abrir. Se reconstruyó en el lugar su cuerpo, cada partícula se clonó idénticamente al antiguo, pero se sentía cansada, tal vez derrotada, triste. No estaba sola en la habitación, una figura etérea le observaba.
-- Una sola vez, -- el Huemul Blanco le habló -- una sola vez en la vida puedes hacer lo que acabas de hacer, esta puerta estará vetada para ti en adelante.
Ella, al darse cuenta de que estaba a salvó comenzó a sentirse contenta, lamentaba sólo la pérdida del texto prohibido. No esperaba encontrarse con esa figura, ese espectro, del que su padre tanto le había hablado de pequeña.
Se vistió, prendió el fuego en la chimenea y se recostó sobre el sillón, mientras dormitaba se le venían a la cabeza innumerables imágenes, ideas del pasado, compromisos que había tomado que continuaron con sueños extraños, enigmáticos. Sueños que tal vez le resolverían los nuevos problemas a los que se estaba enfrentando.
Lejos, empapado en la sangre de la antigua Hilda, Pineiden revisaba los bolsillos de la ropa que cubría el cuerpo, encontró una llave y el texto prohibido. Decidió informar la muerte de un elemento de la lista, pero conservar estos elementos, algo estaba pasando que no se atrevía a sospechar.

Hilda despertó al caer la noche, tenía la frente sudada, su mente seguía agitada, lo único que tenía claro es que los estaban haciendo desaparecer, no sabía a quienes, su padre sería de gran ayuda en este momento, debía buscarlo y encontrarlo. Seguía cansada, volvió a recostarse.

Sigue la Bala...